miércoles, 29 de abril de 2015

Tu alegría es mi felicidad




Historias de un hombre simple

Hoy fui a pasear a la Romi al parque. Después de limpiar la camioneta, y de que el Diablo volviera a casa luego de dar un largo paseo; la adorable Romina me convenció con sus saltos regalones y su mirada ansiosa y chispeante.
Entonces fuimos a caminar un rato. La frescura de la noche estaba agradable, sumado al silencio local de Ciudad del Sol, que más parece Ciudad del Sueño; ya que todos por aquí parecen adorar la almohada y acostarse temprano... En fin, pocos vehículos circulando, nada del transantiago, un par de muchachos conversando y riendo a lo lejos, todo perfecto para nuestra pequeña y refrescante caminata nocturna. 
Hasta que nos topamos con otro perro. De color negro, tamaño medio, como el Diablo, enroscado en sí mismo sobre la arenilla del parque, cercano a los juegos, frente a mi casa. 
De forma evidente para mí, y como de costumbre, la Romi fue a olerlo y a invitarlo a correr un rato, haciéndole brincos y mímicas de arrancar para que el invitado la siguiera. Pero nada, sólo se limito a ver quien interrumpía su descanso. Curioso, me acerco a ver al can perezoso, el cual parecía enfermo, o envenenado. Mantengo mi distancia, para no provocar alguna reacción hostil del animal; puedo ver sus ojos decaídos, su nariz reseca me indica alguna cuota de fiebre o quizás sed. El perro se desenrosca y continúa echado sobre la arenilla, mientras la Romina lo observa, ya sin hacer invitaciones. Observo su respirar, se ve relajado, sin signos de dolor o agitación.

¿Cómo saber que le sucede?
Tengo mucho apego con los perros, aun cuando algunos de sus representantes no me han tratado muy bien, como el perro del Mofo... En fin, continúo; hay algo hermoso con los canes, algún tipo de conexión o idioma que no comprendo con el intelecto, pero que los perros y yo sentimos en el mirar. Es como si nos dijéramos con el corazón: que alegría verte, es hermosos compartir este sentimiento de amor contigo. Y todo este armonioso mensaje, va canalizado en la mirada magnética, y de manera recíproca, cuando nos encontramos.
Pero hoy vi una mirada cansada. No había mensaje. Esos ojos negros y hundidos no expresaron el saludo de costumbre.
Pensativo, me voy a mi casa. El paseo con mi Romi había terminado. 
Lamentando no saber que le pasa, sólo se me ocurre una cosa: Darle comida. 
Busco un tiesto, pongo en él fideos que sobraron del almuerzo y le agrego alimento húmedo de gatos.
Vuelvo al parque, voy decidido a acercarme y a hacer a un lado el miedo de recibir una respuesta violenta por parte del probable enfermo. Llegando casi al lado le hago un "psssst" y le muestro la ofrenda comestible que llevo en mi mano derecha.
De un salto se para con una atención absoluta hacia mi mano; vuelvo a observar sus ojos, ahora llenos de felicidad y con un cuerpo ágil y una cola alegre e inquieta.
TENÍA HAMBRE.
Le hago entrega de mi humilde regalo, y mientras come le hago cariños en el lomo.
Las cosas simples, en la vida de un hombre simple.

Tu alegría es mi felicidad. 

P.D.: La foto de esta escena, la guardo en mi memoria y en mi corazón. 

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